Consejo Europeo de los días 28 y 29 de junio de 2018: el fortalecimiento de las fronteras, la tumba de lxs migrantes y de la Unión Europea
A pesar de que son cada vez menos quienes logran cruzar las fronteras de la UE (durante los primeros seis meses del año, el número de llegadas a Italia por el Mediterráneo ha disminuido más del 70% en comparación con el año 2017 [1]), centenares de “boat-people” son señalados como la causa de la "crisis" más importante que la UE haya tenido que enfrentar jamás. El Consejo Europeo, reunido los días 28 y 29 de junio, vuelve a priorizar en su agenda las respuestas a las "presiones migratorias": las "soluciones" que se propondrán podrían, sin embargo, hundir a la UE en una situación de estancamiento e inhumanidad.
Los miembros del Grupo de Visegrad y los gobiernos que se presentan como los más populistas tienen el descaro de autoproclamarse los verdaderos garantes del único proyecto que ha sido implementado por la UE para hacer frente a los retos del desplazamiento y la llegada de personas en busca de protección internacional: considerar el respeto a los derechos fundamentales como un privilegio otorgado a una minoría de sobrevivientes; fortalecer las fronteras exteriores y ’dejar morir’, como consecuencia de los dispositivos europeos implementados en nombre de la necesaria “diferenciación” entre ’migrantes’ y ’refugiados’. Dotar de mayores recursos, incluso militares, a los guardias fronterizos (especialmente en relación con la agencia Frontex); multiplicar los acuerdos de cooperación y readmisión con los regímenes menos recomendables; hacer de los campos (véase el "enfoque hotspot", presentado como solución a la "crisis de la migración" de 2015 [2]) el único espacio destinado a confinar y seleccionar los y las exiliadas... éste ha sido el camino recorrido por múltiples cumbres, textos, recomendaciones o acuerdos que han acaparado la maquinaria legislativa y política europea desde principios de los años 2000.
Este nuevo Consejo podría, sin embargo, ir un paso más allá en la degradación de los derechos fundamentales y conducir a un nuevo descenso moral: bajo la apariencia de trabajar por la unidad europea, los líderes europeos fortalecen la extrema derecha y desde hace tiempo han integrado su estrategia sobre la tensión migratoria. Para salir de la "crisis de 2015", establecieron un "acuerdo" con Turquía en 2016 que infringe el principio de "no expulsión" de las personas que solicitan asilo y genera expulsiones en cadena hacia Siria [3]. Los “hotspots” han convertido a Grecia en un archipiélago de campos. Por su parte, Italia rechaza este papel y, ante el restablecimiento de los controles fronterizos internos (particularmente los puntos de pasaje con Francia y Austria), parece dispuesta a cerrar indefinidamente sus puertos a los barcos de rescate de rescate. Tras el fracaso (anunciado) de las "reubicaciones", el ministro del Interior italiano no puede negar que los llamados mecanismos de "solidaridad" siguen siendo palabras vanas. La lógica de la UE, particularmente a través de las regulaciones de Dublín, siempre ha forzado a los estados de "primera línea" a llevar el peso del dogma del cierre de las fronteras externas.
En consecuencia, los estados europeos se limitan a buscar un vil consenso sobre cómo y dónde expulsar a los “boat-people”, en qué tipo de campo encerrarlos, cómo acelerar las expulsiones sin garantía procesal... Los principales tomadores de decisiones sueñan que una Libia en apariencia estabilizada pueda desempeñar este rol de estado-tapón con mayor discreción que sus milicias y guardias fronterizos actuales, sin duda respaldados por la UE, cuyos atropellos son demasiado desordenados como para poder hablar de una cooperación "modelo" [4].
Europa debe cambiar el rumbo. Si no rompe con la lógica de la externalización del refugio y del control fronterizo, la UE se hundirá un poco más en una crisis moral y política cuyas primeras víctimas son las miles de muertes en las fronteras. Para reactivar su plan original de libre circulación interna, en peligro hoy debido a sus propias políticas, se debe admitir que el derecho a emigrar no puede dividirse: ubicarlo en el corazón de las dimensiones internas y externas de su política migratoria es una alternativa que se impone.
27 de junio de 2018
© Sara Prestianni